Me llamo María Dolores Pérez Ballesteros. Todos me conocen como Loló. Inicié en el tratamiento del autismo a los 35 años de edad.
Mi fascinación por los niños con algún tipo de discapacidad viene desde mucho más atrás. Cuando era adolescente me gustaba ver a niños Down, o con alguna otra discapacidad, esforzarse por hacer lo que los otros pueden sin problema. Me di cuenta que, al educar a niños con discapacidad, los haces libres. Para mí fue un gran asombro verlos manejarse tan bien.
Mis inicios: Hipoterapia
Monté a caballo muchos años de mi vida y siempre albergué la ilusión de volver a montar. Cuando me casé y tuve hijos, mi vida se centró en mi propia familia. Siempre supe que haría algo por mí y por los demás.
Un día vi un programa de televisión sobre niños con discapacidad que montaban a caballo como terapia. Entonces, se me abrió la posibilidad de regresar a montar: la combinación de niños especiales y caballos era perfecta para mí.
Durante dos años permanecí como voluntaria dentro del programa de hipoterapia para niños dentro del espectro autista. Aprendí a manejar a los niños sobre el caballo y a entender un poco de los objetivos que se buscaban.
Mi preparación como terapeuta
Moría de ganas de aprender más. Al ver a las terapeutas con tanta preparación, pensaba que yo aún no era alguien para darles batalla. Hasta que llegó la gran oportunidad de prepararme en la clínica a lado de las mejores terapeutas. Fue un sueño hecho realidad, recuerdo que no pude dormir de la emoción. Ya no iría a los caballos, ahora estaría en la clínica con los niños.
Así empezó una aventura que aún no termina. Fui auxiliar de las mejores, me preparé, estudié, aprendí, disfruté, me frustré. Sentí mucho miedo. Salí adelante. Busqué siempre mejorar, saber más, ayudar más, mantener la buena vibra y la ilusión y así llegue a ser terapeuta titular. Decoré mi propio salón. Compré material de mi bolsa. Logré mis primeros resultados.
Esta soy yo
Lo veo a la distancia: cuántas cosas he podido dar y hacer. Ha sido increíble. Cuántos niños y familias he conocido. Qué importante es haberlo vivido. Hoy, 25 años después, miro hacia atrás y me siento llena de amor y gratitud. Vengo a trabajar todos los días, aunque esté enferma, cansada, feliz, pocas veces triste o enojada, pero siempre ilusionada de lo que se puede avanzar, de lo que puedo lograr.
Esta es mi experiencia al servicio de mi niños, sus familias y la vida que los rodea.
Esta soy yo.